Última etapa: del Valle de las Rosas a Aït Ben Haddou
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Después de una noche tranquila en el Hôtel Ksar Kaissar, rodeado de palmeras y aire limpio en pleno Valle de las Rosas, tocaba iniciar el último tramo de nuestro viaje por el sur de Marruecos. Ya empezaba a notarse el cansancio acumulado, pero también esa sensación de querer aprovechar cada momento que quedaba.
Nuestra siguiente parada era Aït Ben Haddou, una de las kasbahs más famosas y fotogénicas de todo Marruecos, y una visita que personalmente esperaba con muchas ganas.
Historia de la kasbah: entre caravanas y Hollywood
A medida que nos acercábamos, el paisaje se volvía cada vez más árido, y de repente, ahí estaba. La Kasbah de Aït Ben Haddou, un conjunto fortificado de casas de adobe en lo alto de una colina, con el río Ounila a sus pies. Es uno de esos lugares que parece suspendido en el tiempo.
Este ksar (pueblo fortificado) es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1987, y su historia se remonta al siglo XVII. Fue un importante punto de paso para las caravanas que cruzaban el desierto desde el Sáhara hacia Marrakech. Toda la estructura está hecha de barro y paja, con muros altos para protegerse del sol y posibles ataques en tiempos antiguos.
Pasear por sus calles empinadas es como meterse en una película. Y de hecho, lo ha sido: Gladiator, La Momia, Babel, Juego de Tronos, entre otras, han utilizado este escenario natural para sus rodajes. Subimos hasta lo más alto de la kasbah y desde allí pudimos disfrutar de una vista impresionante del valle.
Lo que más me sorprendió fue que, aunque muchas de las casas están deshabitadas o se usan como tiendas de artesanía, aún queda gente viviendo allí, cuidando de que este rincón de historia no se convierta solo en un decorado.
Regreso a Marrakech atravesando el Alto Atlas
Tras la visita, hicimos una última comida todos juntos. Fue uno de esos momentos de viaje en grupo donde ya nadie es un extraño, donde se nota el buen rollo y las conversaciones fluyen sin necesidad de romper el hielo.
Desde allí emprendimos el largo camino de regreso a Marrakech, cruzando de nuevo el Alto Atlas por el puerto de Tizi n’Tichka, una carretera de curvas infinitas y paisajes que merecen estar todo el rato mirando por la ventana. El contraste entre lo vivido y lo que íbamos dejando atrás se sentía fuerte: del silencio del desierto a la energía de la ciudad.
Reflexiones de un viaje inolvidable
Llegamos a Marrakech por la tarde-noche, cansados pero con una sonrisa. El viaje había terminado, pero lo vivido —desde las dunas de Merzouga hasta las piedras rojas de Aït Ben Haddou— se quedaría mucho más tiempo conmigo.
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