Las gargantas del Todra y el Valle de las Rosas
Después de vivir una de las noches más especiales de mi vida bajo las estrellas del desierto en Merzouga, tocaba dejar atrás las dunas y seguir rumbo hacia el interior de Marruecos. Era el tercer día de nuestra ruta con Explora con Hamza, y nos esperaba un cambio de paisaje radical: de la arena infinita al imponente cañón de las Gargantas del Todra.
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El camino de salida del desierto
El día comenzó con un desayuno en el campamento y un último paseo en 4×4 por las dunas hasta reencontrarnos con nuestro microbús. Desde ahí, el camino nos fue llevando a través de una geografía cada vez más verde y montañosa. Atravesamos pueblos bereberes y grandes palmerales que parecían oasis escondidos en mitad del paisaje árido.

Palmerales, pueblos bereberes y vida rural
Cada tramo de carretera ofrecía una postal nueva: campos cultivados, casas de adobe, niños jugando junto a burros cargados… una Marruecos rural y auténtica que no aparece en las guías, pero que te acompaña durante todo el viaje.
Impresionantes gargantas del Todra: 300 metros de altura
Nuestra gran parada del día fueron las Gargantas del Todra. Este desfiladero es uno de los rincones más espectaculares del sur del país. Las paredes verticales de piedra se elevan hasta 300 metros a ambos lados, mientras un río modesto serpentea a sus pies, dando vida a todo lo que toca.
Caminamos un rato por el cañón, admirando el juego de luces y sombras que crea el sol al colarse entre los muros. Es un lugar que impone, pero al mismo tiempo transmite una sensación de paz difícil de describir. Y sí, hicimos las fotos de rigor… pero también nos tomamos un momento para simplemente mirar.
Noche en el Valle de las Rosas: descanso y desconexión
Tras la visita, retomamos el camino hacia nuestro alojamiento, esta vez no en Ouarzazate como pensábamos inicialmente, sino en una zona mucho más tranquila: el Valle de las Rosas, en el pueblo de Kelaat M’Gouna. Allí nos alojamos en el Hôtel Ksar Kaissar, un lugar rodeado de naturaleza, con una arquitectura que mezcla tradición y confort.

Cenamos muy bien, charlamos con algunos compañeros de viaje bajo el cielo estrellado y descansamos en una habitación amplia, con ese silencio de pueblo que tanto se agradece después de tantas horas de ruta.
El día siguiente nos llevaría a uno de los sitios más fotogénicos de Marruecos: la Kasbah Aït Ben Haddou. Pero esa historia, mejor la cuento en otro artículo.
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